Juana <<la Papisa>> habría ejercido el papado católico siendo mujer y ocultando su auténtico sexo. La Leyenda dice que tuvo la oportunidad de estudiar a escondidas de su padre y que fue poco a poco ascendiendo en la curia hasta ser descubierta por un supuesto parto. Sobre sus vicisitudes hay dos versiones, la de Martín de Opava (más de fotonovela) que señala que fue llevada por su amante a Atenas y luego a Roma; y la de Jean de Mailly, que advierte que una mujer disfrazada como un hombre se convirtió, por su carácter y sus talentos, en secretario de la curia, luego en cardenal y finalmente en Papa. Vamos a decir, en ambos casos sobre el año 800, para el caso da igual, como diría un listillo, «pa ti la peseta».
Yo afirmo que la historia de La Papisa Juana es verídica, lo sé porque me pasa como al otro, que sabe que Dios existe porque lo conoce, Yo he visto a la Papisa, la he tratado. Era, básicamente una persona de moda, eso que ahora llaman, resilente. Ver en la Crisis una oportunidad de cambio no tiene ningún mérito, lo difícil es permanecer estacionado sin inmutarse, resolver la fugacidad del tiempo con alusiones y con la esperanza de un cambio de velocidad, de una permuta de lo imposible por lo impasible.
Y entiendo que básicamente nadie sepa de lo que hablo, porque desde pequeñito me he sentido un ser extraño en este mundo, con el que no estoy enfadado; tal vez es por eso que llevo una vida un poco diferente, no mejor que otros, únicamente distinta; será por esto que escribo por necesidad, sin sentir que la biografía pasa, ni el tiempo, pues a la sucesión constante de alteraciones y aliteraciones que conjugan una y otra vez esta unicidad tan desemejante, y a pesar de todo, experimento estar tan cerca y tan lejos de la humanidad que necesito invocar aquí mi derecho a permanecer alejado de dos cosas, de la soledad común, y de la popularidad por méritos, pues lo mío es una continua sinrazón por defecto y desestimación de lo otro, de un alter ego que no existe. No hay grandes éxitos, ni crónicas de hazañas, pero tampoco sucesos. Mi único mérito, de existir alguno, es pemanecer en el ámbito de la resilencia silenciosa: «El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni enmendarla en sus vidas posteriores» (Milan Kundera) descanse en paz.