Si lo piensas, todas las cosas que quieres tienen fecha de caducidad, por eso es mejor amarlas ahora, ahorita mismo. Yo adoro por ejemplo almorzar en cierto sitio, cerca de la playa, con mi esposa. Tómate tu «tiempo» y corre, atrapa el momento y disfruta, gástalo hasta que se rompa por el uso.
Pero el otro día tuvimos la mala suerte de la poca educación. Unas familias, con 5 o 20 niños (por la velocidad que andaban no sabría decirlo) se la pasaron gritando ricamente en nuestro oído derecho, hasta que la mala cara y la petición de la tercera botella de Licor hizo que un padre se girara hacia nosotros para tratar de poner remedio. La escena era de película de terror, y me acordé de «El Resplandor». Había dos niñas vestidas exactamente igual, con dos carritos enormes y dos muñecos-bebé de esos que convierten a Chuckie en Barbapapás. Se pasaron todo el tiempo acurrucando a sus «hijos», abrazándolos, y hasta me pareció ver que los amamantaban. Las niñas permanecían impávidas en una zona del paseo marítimo y cumplían muy bien su función, se diría que estaban perfectas y éramos nosotros los que sobrábamos.
Como tuve tiempo, pude fijarme con más detenimiento en la Mesa-Matrix que teníamos justo al lado. Ellos no paraban de beber y se pasaban el tiempo hablando auténticas sandeces sin sentido, como si no hubieran salido nunca de su pueblo, ellas me recordaban a las esposas de los Gánsters de la película «Uno de los Nuestros»: tenían un cutis horrible, exageradamente maquilladas, llevaban vestidos de saldo y no parecían ser muy felices. En cualquier momento pensé que iba a llegar Jimmy el «Dos Veces» (espera voy a por el periódico, el periódico), cavilaba, si estuviera Tommy conmigo ni Anika hubiera salvado a esta panda de «Gilipollas».
Y es que la vida está llena de «parguelas» (por favor no se tome este argumento en sentido estricto, pues lo que significa para unos no lo es para otros, no al menos en su acepción literal). Estas mujeres «jaquetonas» no paraban de tragar, sus maridos no paraban de beber, los niños no paraban de gritar, y las niñas venían dando miedo a todos los transeúntes. Conozco al dueño del Restaurante y no dejaba de mirarme atónito por los acontecimientos y sólo esperaba el momento en el que todo se calmase para darme un golpecito en la espalda.
Sólo entonces llegó Coco el Sheriff y las Jacas Pacas dijeron «Sooooo…» no recuerdo bien en qué momento arreció la tarde con los helados, los postres y los dulces, fue cuando pude decantar la cerveza y sentirme libre el resto de la sobremesa. Respirar, recordar que estaba vivo, me toqué por todo el cuerpo, no estaba soñando.
Y se nos marchó el día de igual forma que había llegado, cuando se levantaron de la mesa fue más emocionante que el reencuentro de Pippi, de Tommy y Anika, de mayores; más «sentío» que la despedida del orfanato de «Este Chico es un Demonio» . No puede evitar acordarme entonces de una de mis canciones más frikis y pensar en que hubo un tiempo de cierta educación, de normas no escritas: las normas de la Jaca Paca. Porque hay quien piensa que todo da igual pero yo no lo creo/Hay quien sube para luego bajar, para darse tremendo golpe/Al final acabarás como Tommy y Anika.
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