Sobre sueños y visiones

Ayer no pude quitarme de la cabeza, cuando supe que falleció Oti, (Juan Antonio Otero, batería, entre otros, de Black Jack, La Costa, M-Clan, Motel Caimán…) aquellos recuerdos de juventud se agolpaban llamando a la puerta con reminiscencia y sentí mucha, mucha tristeza. No encontraba las palabras adecuadas, y aún hoy no estoy seguro de encontrarlas cuando escribo esto.

Tuve la suerte de compartir, durante un tiempo, dos cosas que aprecia todo músico: el sueño de vivir de la música, y la visión para hacerlo. Sobre lo primero es un orgullo para todos lo que conseguiste, sobre lo segundo, pocos, muy pocos en aquella época (los 80) lo tenían tan claro como tú. Reconozco que este aspecto lo miraba, como me gusta decir, de soslayo, con una cierta sonrisa cursiva, casi irónica; con cierta incredulidad seguramente debida a mi falta de visión, la que tuviste para no cejar en el empeño de poner la música en su sitio y conseguir ser un profesional y vivir de ello: porque amigos hay mucha gente que es profesional y no consigue hacerlo.

De Oti, puedo y debo destacar dos cosas. Su sentido del humor (podía interrumpir no menos de cien veces un ensayo con sus chistes) y su profesionalidad.

A finales de los 80 yo venía de tocar en «Seis Siglas«, los «Cubiertos«, » Los Remolques» y de colaborar puntualmente en grupos como «Clan de Poe» (con el polifacético Miguel Ángel Magnani) o «El Templo de Osiris» (con el incombustible Javier Palomo), pero debo decir que el primer grupo profesional con el que me topé fue «La Costa«. No es que las otras bandas no fueran profesionales en sentido estricto, es que éramos muy niños y casi nadie lo tomaba como un trabajo. Oti nos enseñó que podemos y debemos ser competentes incluso en las situaciones más adversas y a tomar lo que viene con cierta distancia, y con sentido del humor. La banda de Baena (que firmó un EP con la extinta CBS) estaba formada entonces por Javier Álvarez (al bajo), Oti (a la batería), José Antonio R. Baena (Voz y guitarra) y el que les escribe con su amplificador Session y su Gibson SG. Yo entré en sustitución de un guitarrista magnífico, Arturo Rocaful que venía a su vez de «Factoría Ribbentrop«, y que tenía un toque y un estilo inconfundibles, muy percusivo.

En lo personal tuve que aprender a tocar la guitarra de nuevo, porque los sonidos que exigía «La Costa» estaban en las antípodas de experiencias pasadas. Con mucho esfuerzo, trabajo y paciencia, conseguimos que la banda «sonara» muy bien, y recuerdo conciertos sublimes y una magnífica actuación en directo en Madrid, en Radio 3. Pero no puedo evitar acodarme sobre todo de Oti, que llegaba casi siempre tarde a los ensayos y lo solucionaba con su sonrisa y un par de chistes, con sus chascarrillos que muchas veces provocaban la desazón de Baena (guitarrista, cantante, compositor): tipo, por cierto, absolutamente genial, capaz de maravillosas canciones, pero tan extraño y místico como la Atlántida.; a lo peor fue por eso por lo que desapareció del espectáculo del «submundo malaquita«. De lo que no quiero acordarme es de la vuelta a Málaga que me dio la sección rítmica, en una noche con demasiado whisky de por medio y con un conductor que veía más bien poco.

Entender la música como un trabajo me ayudó muchísimo, hasta el punto que debo decir que a esta época corresponde el «mérito» del cierto éxito de «nodeseonombrarlos«, que heredó el gusto por el trabajo intensivo, por el esfuerzo en «profesionalizar» la música desde todos los aspectos: directo, imagen, equipo, horarios de ensayo, audiciones, trabajo individual, trabajo grupal, trabajo colectivo… en «La Costa» la sección rítmica ensayaba sola las canciones una o dos veces por semana, y los guitarristas hacíamos otro tanto: cuando nos juntábamos aquello sonaba simplemente perfecto. Hasta los coros estaban preparados de manera impecable. Nada quedaba a la improvisación.

Saben los íntimos que en ciertos aspectos Oti fue un referente, y que siempre cuento la anécdota de las sesiones en los estudios de Cambayá Records (Antequera) cuando grababa del tirón todas las canciones sin parar ni para respirar, sin cometer el más mínimo error, ni fallo. La primera vez me impresionó, luego terminé por acostumbrarme. Para mi gusto uno de los mejores baterías con los que he tocado, y he tenido la suerte de tocar, y toco, con compañeros muy pero que muy buenos.

Se me vienen a la mente ciertas conversaciones, que ahora encuentro admirables. Tenías claro que eras antes que nada músico, y que debías buscar la forma de vivir de ello, a fe de todos que lo conseguiste. Este gaditano de «Puerta Blanca» estará siempre en nuestra memoria, y en nuestros corazones, pues supiste convertir en realidad los sueños de muchos con la visión de pocos: nos mostraste el camino.


Descansa en paz compañero.