Más que un impulso siento una necesidad imperiosa de callarme. De mudar de un segundo plano a un tercero o a un quinto, pasar de la escena pública. No para esconderme sino para tomar distancia. Para María Zambrano ‘el silencio es el inicio de todo lo que será proyectado’. Presentarme de esta guisa no significa estar ausente, sino más bien todo lo contrario, una fórmula para estar presente, una manera de sentirme vivo. Eso sí, huyendo de cualquier tipo de publicidad.
Decía Hobbes. ‘La palabra es la demostración de la inteligencia del hombre… Así como la moneda de los estúpidos’. Y sin embargo, mientras más me callo, más necesidad tengo de explicarme. En esta sociedad «levianítica«, caótica como la susodicha obra, únicamente veo una forma de franqueza, una alternativa al ruido, que durante tantos años me ha perseguido.
Para Heidegger el silencio <<significa la máxima expresión de la palabra, y la posibilidad más elevada de acercamiento al ser>>. De esta forma me siento fuertemente atraído por el silencio como auto-olvido en la palabra misma (Gadamer). Por la búsqueda de una retribución divina, una forma de justicia poética, mi Némesis, mi propia manera de buscar el equilibrio y la justicia. Porque está claro que lo mío es la eterna búsqueda.
Así que si despierto del letargo debe ser por una buena causa, y no se me ocurre otra mejor que la exposición de Joaquín Ivars: «En este marco incomparable…». Conocí a Joaquín durante el doctorado, en la Facultad de Filosofía y Letras de Málaga, no es que fuera un tipo inusual, que lo era, es que iba demasiado por delante en tantas cosas que me resultaba imposible no seguirle. Es además culpable de que me lanzara en solitario a producir mi música, la primera vez que abracé el solipsismo fue en una actuación para una performance dirigida por el mismo Ivars, de la que guardo un grato, muy grato recuerdo.
Tratar de explicar aquí la obra de Joaquín Ivars es algo que escapa absolutamente a mi conocimiento y capacidad. Alguno sabe que me gusta hablar de conceptos y de estética. Miren ustedes probablemente sea uno de los artistas con los que me he topado de mayor profundidad y calado y coherencia en toda su obra. Y no es que pase el tiempo y este hombre sea el mismo, es que la pluralidad de su obra no puede explicarse sin la unicidad del personaje, es decir, sin la explicación psicológica del filósofo que hay detrás del artista. Y para eso tendríamos que retrotraernos al alumno que fue primero, justo antes de convertirse en maestro, esbozar cientos de libros, ‘recensionar’ teorías filosóficas, pensar que comprendemos la teoría del arte, y asumir un riesgo, que como digo, escapa a la suficiencia del que les escribe. Así que iremos a lo fácil, primero invitando a que lean el catálogo digital de la exposición, segundo referenciando algunos artículos para que sepan con quién se las gasta este artista, y tercero recomendando atiendan a su obra con el tiempo, la reflexión y la meritocracia que consideren oportunas y necesarias.
Luego de esto permitan que siga refugiándome en el silencio tautológico, que resulta verdadero para cualquier interpretación; seguiré pues con mis afirmaciones vacías, obvias y redundantes. Así sea.