Leo con estupor que nadie quiere publicar el último trabajo de Morrissey. Sin embargo miro la foto del artículo y parecen atisbar algunas cuestiones que deben ser dignas de mención, temas insoslayables que todo artista debe plantearse en algún momento de su vida.
El interés por la música de carácter contracultural, herencia de lo independiente, carece absolutamente de sentido para la inmensa mayoría de consumidores. Los melómanos hoy en día son una especie en extinción, gente que ronda los 50, personas que peinan canas como el propio músico.
La música es un artículo de consumo igual que cualquier otro, sólo que desechable. No computa la intencionalidad del artista, importa menos el esfuerzo que supone la composición y la producción de discos. No se trata únicamente de que un buen tetamen o unos bíceps sean lo más importante para la venta de discos, es que la rapidez y la fugacidad con la que se consumen los artículos es directamente proporcional a su falta de sustancia.
El mundo viejuno está centrado en sus pequeñas fiestas rememorativas, de gente que, entrados en edad, puede permitirse ciertas licencias, esto es, salir a bailar evocando sus canciones favoritas, tal y como hacían sus padres con la banda local en las fiestas del pueblo, pero con más pasta. De esta forma te da igual pagar 10 pavos por ver una mala versión de tu banda favorita.
A Morrissey le perdió su falta de previsión de la obsolescencia programada, no es menos cierto que son muchos años con la misma pose y las mismas canciones, y que eso puede cansar a algún directivo, pero los acólitos de siempre sacarán a relucir sus banderas y comprarán sus discos en tanto fuere necesario o no se sustantiven en algún tipo de formato.
Dicen que en el 82 era un tipo difícil, que leía a Oscar Wilde, que fue partícipe de una banda de Punk, que quiso ser periodista musical, que fue precursor de cierta forma de veganismo; fuera de todo esto es talmente cierto que fue el primer hombre que piso la luna sin querer con The Smiths, luego de eso ha ido hurgando entre el planetario con mayor o menor fortuna, como muchos otros.
En tiempos de continua exposición queremos cuerpos jóvenes y mentes a poder ser pueriles, efebos sin pelo en pecho y tatuados hasta las cejas. Esa foto del artículo, peinando canas, hace que te preguntes por tu lugar en el mundo, por el miedo al ridículo por parecer que sabes lo que estás haciendo, el pudor de aparentar ser lo que no eres. Pero ni eres lo que escuchas, ni lo que ves contiene todo lo que soy, pues únicamente el modo automático nos salvará de esta jerga, es decir, la búsqueda de una fórmula para hacer aquello que haces sin pensarlo, no perder un segundo en el análisis, disfrutar del viaje a ninguna parte.