Panegírico de la amistad sincera frente al antagonismo de la parcialidad, inflexiones sobre el ‘conocimiento’ de la ignorancia


Desconozco si a alguno de ustedes le han roto alguna vez el corazón, y no hablo de amores perdidos, de deslealtad, ni tan siquiera de Amor Platónico, hablo de la Amistad con Mayúsculas. La hermandad y la camaradería no deberían depender de la oscilación de los intereses particulares, ni de las interpretaciones de palabras, ni de hechos, debería ser algo espiritual.

Expresar este sentimiento conviene aquí tanto como la demostración del teorema del coseno, que puede resultar útil para el problema del ángulo de orientación para un avión sobre el viento (casi nada). Lo cierto es que a lo largo de una vida se suceden los amigos que entran y salen, las personas que miden sus relaciones con rencillas y las que se abren desde lo más profundo de su Alma. El desacuerdo no puede ser la constitución de ninguna teoría ni una explicación válida más allá de la logística del tránsito vital, si no entiendes algo no implica necesariamente que haya vileza en el mundo, nadie debería sentirse atacado por lo que no comprende.

Un amigo muy querido, a la sazón abogado (sepa usted que se puede tener cerca amigos abogados, y hasta médicos, haberlos haylos) se empeña en afirmar (en determinado contexto) que la maldad existe. Yo siempre he pensado que la malicia era y es «la ausencia de algo, que no me atrevo a decir sea el bien» y puedo esperar como en la canción ‘I Can’t Win’ de Ry Cooder, que la bondad se imponga a la villanía. Al menos siempre me ha gustado creerlo, sé que hay Dios porque lo he visto en los ojos de mi perro, sé que hay gente buena porque me la encuentro todos los días; luego está, no es menos cierto, la locura, que cuando es pasajera es una bendición, pero si se impone frente al acuerdo y sobre todo, desde el momento que barre la memoria común de la amistad destruye cualquier hipótesis plausible de legitimidad y de unión. Sí, así es, vivimos tiempos en los que la división se impone, están los que fracasan porque no saben explicarse y los que naufragan porque se pierden en lo que eran frente a lo que somos, seres únicos e irrepetibles, y un poco necios, yo el primero.

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Y me siento rodeado de gente muy buena, sería imposible nombraros a todos, muchos no están en la foto de cabecera. Se diría que todos forman parte de mi equipaje, y los que no están son probablemente derivados de ausencias debidas a mi torpeza, a mi fragilidad, a mi parcialidad e ignorancia:

«Habría que cerrar la discusión que dura una vida entera
Nada se logra con violencia
Ni podrá nunca obtenerse
A todos los que han nacido bajo una estrella enfadada
no olvidemos lo frágiles que somos«

(Sting)

 

Lo que el mundo sea amigos, no depende de otros, se trata de inflexiones de uno mismo. En matemáticas el punto de inflexión puede ser una curva, si bien suele ser cualquier elemento de no retorno, y a propósito de ello se diría que las puertas se abren siempre, hay que dejar pasar la luz, de esta forma la obscuridad es la ausencia de luz, y símbolo de lo que se consume, más o menos el tiempo.

Al igual que la ironía puede ser una ignorancia fingida, la bondad no puede fabricarse, «la virtud es conocimiento y el vicio es ignorancia» (Aristóteles), para Platón «la ignorancia era la fuente de todo mal», y en muchos aspectos ¡cuánta razón tenía! pues cuando crees que sabes algo es cuando más perdido estás. Cogito ergo sum puede resultar mil veces estúpido en el momento que la luz al final del túnel favorece que el sentido común sea el menor común de los sentidos. Nadie existe porque piensa, más bien al contrario lo que nos distingue como seres humanos es aquello que no podemos pensar: la capacidad de Amar.

Mañana, y esto es indudable e incluso plausible, saldrá el Sol de nuevo, y estaremos con nuevas buenas y sátiras, cada cual en su libelo, con pasquines y panfletos fieles reflejos de nuestra parcialidad. A pesar de todo, hay algo de lo que estoy seguro, me siento inexpugnable a la par que previsible ante la nada, es decir, «el único modo de estar seguro de coger un tren es perder el anterior», porque “nuestra insignificancia es a menudo la causa de nuestra seguridad.” (Esopo).

Se atribuye a Oscar Wilde la frase «Perdona siempre a tu enemigo. No hay nada que le enfurezca más», sin embargo yo prefiero no ser destino ni referente de perdón alguno, pues la capacidad de conmutar deudas y agravios esconde el más bajo de los instintos, creerse la fuente de la que mana la sabiduría; aún pretendo, a pesar de todo, los Poemas Épicos de la ‘Ilíada‘ y la ‘Odisea‘, mitos válidos para una verdad intrínseca, la más profunda, la de imaginar dragones: «Quien nunca comió su pan en dolor/Ni se pasó, llorando y esperando la tardía mañana/ Las horas de la noche,/Ese os desconoce, potencias celestes». De Profundis, una forma como otra cualquiera de destruir la cárcel de oro de nuestros pensamientos, de un tipo, Oscar Wilde, hombre de Gloria y Ruina, así somos.

Siempre andamos en el alambre “a mitad de camino entre ninguna parte y el olvido” (de la película: ‘MILLION DOLLAR BABY’). Como los poetas no tenemos memoria, y precisamente por eso escribo esto, con la honestidad que me permite la ignorancia. Sirva como homenaje a los amigos, para dar las gracias. Insisto en ello, «No puedo ganar» (tremenda versión de Joey Landreth), y hasta aquí puedo escribir pues la preocupación por la Felicidad de Messi me consume las entrañas.