«Muerte» entre las Flores: Miller’s Crossing, cómo detener una guerra

Puede que llegue usted a un punto, en un momento determinado de su vida, en el que todo se tambalee. No se trata sólo de que aquellos principios en los que creía se desvanezcan cual azucarillo, «estos son mis principios… si no le gustan tengo otros«. Puede que piense usted que le están fallando sus amigos, que la familia no ha sabido estar a la altura, que la inestabilidad y la zozobra se apoderan de su entorno laboral, familiar y personal, y que la resultante es la insuperable levedad de la Ley de Murphy. No importa cuántas veces se demuestre una mentira, siempre quedarán personas que pensarán que es verdad. Lo malo es cuando uno se cree las propias, sólo y únicamente entonces terminará oteando el horizonte, porque la otra cola en la que no está, irá siempre más rápida.

Ensimismamiento.

Para Ortega y Gasset, la característica esencial a la vida humana consiste en la capacidad de suspender la ocupación con las cosas propias del animal, para trazar lo que denomina un “plan de atenimiento”. Mientras que el animal vive permanentemente “alterado”, fuera de sí, ocupado en lo que no es él y, por tanto, perdido en el mundo, el hombre puede dejar de ocuparse de las cosas para retornar sobre sí mismo.

Alejados de toda realidad ese ensimismamiento no tiene porque ser destructivo, la soledad y aislamiento social, cuando son buscados, forman parte de un cierto estilo de vida. Esta forma de «yoyismo ilustrado» está al alcance de pocas personas, casi siempre circundadas por una buena economía. Para el común de los mortales se comprende que la vida no es igual para todos.

Así que si se siente igual que el personaje de «Muerte entre las Flores«, atrapado en una guerra que no puede abarcar, tome buen ejemplo, lo mejor es no hacer nada y a su vez, no dejar pasar el tiempo. A ver si me explico, la respuesta no está en hacerse preguntas: ¿por qué me sucede esto a mí?, ¿por qué ahora?, ¿qué he hecho yo para merecer esto?. Estas cuestiones son como preguntarse qué hacía Dios antes del tiempo, ¿Acaso estaba ocioso cuando de repente se le ocurrió crear la humanidad?.

Puede que el que mejor comprendiera este hecho fuese San Agustín de Hipona (354-430), que entendió mejor que otros que no tiene sentido medir el tiempo, sino controlar «la afección que en ti producen las cosas que pasan«, esto es «medir los tiempos«.

¿A dónde va el presente cuando se convierte en pasado? ¿Dónde está el pasado? Wittgenstein. Te lo digo yo, a ninguna parte. Y así lo afirmo: lo que nos queda, que no es poco, es el Amor por lo que hacemos, por lo que pensamos, por los que nos rodean, por los amigos, la pareja, la familia, el trabajo:  El amor es el espacio y el tiempo medido por el corazón (Marcel Proust). Enamórense cabrones !!!

PD: Te quiero Princesa, no lo olvides.