Medir el tiempo es una cuestión relativamente moderna. He leído que sirve para «acelerar la vida, desasosegar al hombre y causarle ansiedad«. Y no puedo estar más de acuerdo.
Es seguro que en otras épocas, la cuestión del tiempo estaba ligada a una forma de supervivencia. No sé si han pensado alguna vez que nuestros padres (en su niñez) y abuelos (en su «adultez»), en muchos momentos de su vida no llevaron reloj; no sé si coincidirán conmigo en esto: no recuerdo llevar reloj en la muñeca al menos hasta los 14 años, y aunque lo llevara antes dudo mucho que le hiciera caso alguno. Teniendo cubiertas las necesidades más básicas el tiempo poco importa.
Así que medir nuestra vida en períodos y etapas, en horas, meses, en años… en lugar de hacerlo en momentos, es la forma más directa y menos plausible de hacerse viejo.
Puede que el origen del reloj de agua lo encontremos en el Antiguo Egipto (¡¡Ay Egipto, me fascinas !!). Los Antiguos Griegos usaban un reloj en forma de maceta que se llenaba de agua hasta una marca, los Romanos utilizaron un sistema similar para otorgar tiempo de respuesta a los políticos (en lo que a mí respecta si pudieran congelarlos a todos cual imagen de una gota sin desenfoque de movimiento, sería muy feliz).
Resulta sumamente curioso que a este invento le llamaron Clepsidra (κλεψύδρα, del griego κλέπτειν kléptein, “robar”, e ὕδωρ hydōr, “agua”). ¿Increíble no? <<robar>>. Así que en estos tiempos de «Memes», «Selfies» y de continua exposición de nuestra soledad común en las redes sociales, en esta época que hablamos de «retratos robados», la exhibición de nuestro tiempo es una declaración de intenciones: no significa otra cosa que nos hacemos viejos y queremos detener el tiempo, y lo hacemos con cada foto, cada palabra, cada imagen. Se entiende que «robar» momentos al tiempo es una forma de detenerlo, pero el crono se consume cual llama, se sucede en intervalos que se refieren a conceptos: lo antaño, calendas, caducidades, oportunidades, plazos, rachas y trechos.
Y en este tiempo de Navidad, en el que muchas cosas pierden su sentido, no quisiera finalizar sin acordarme (con una canción) de todos los amigos que lo están pasando mal: los que tienen una situación económica difícil, los que andan en hospitales, los que tienen a familiares enfermos, los que echan de menos estar con los suyos… no puedo evitar evocar a todos aquellos que esperan algo de ti (be patient my friend)… Estoy seguro de que cuando andemos en el mismo tiempo todo funcionará, no como un reloj, sino como un espacio de Amor, Sincronía y Unicidad.
Y por eso lo único que pido es eso, paciencia para regalar, y comprensión para recrearnos en momentos únicos y exclusivos, en instantes y segundos de calidad. En suma el coste de la felicidad: el tiempo que robamos al propio tiempo.
El Reloj de Agua
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«Ahora vengo…»
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