El día que mataron a Miguel Ángel Blanco. It’s a crime.

Leo con pudor y vergüenza que un 60% de los jóvenes españoles no saben quién fue Miguel Ángel Blanco. No estamos hablando de la lista de los Reyes Godos, o del segundo apellido de Franco, Bahamonde. Y ya saben los íntimos que entre la política y la crónica prefiero lo segundo. Así que no deseo que nadie me clasifique, pueden calificarme como deseen pero para lo otro váyanse a la mierda.

Yo sí me acuerdo del día que lo mataron. Para mí no era un tema político, sólo veía al muchacho que tenía una edad parecida a la mía, y que era músico; me importaba poco que fuera del PP y me hubiera importado un carajo que fuera de cualquier otro partido. No era esa la cuestión. Francis (guitarra) y yo íbamos en mi Renault 5 cuando anunciaron por la radio que se encontró su cuerpo y paré el motor, y un poco se paró el mundo, y a la vez, se pararon muchas cosas; como si deshilvanaran un poquito el alma de cada uno; y así íbamos camino del local de ensayo de Theodore Graves, y se apareció un silencio espantoso, tan profundo que más allá de cuestiones ideológicas lo impregnaba todo de un vacío inerme. Allí, en el local de ensayo, esperaban Kiko y Galán. Y cuando llegamos olía a tristeza como nunca. Por supuesto, no pudimos ensayar aquél día.

Apenas nadie en los locales de las Mininaves del Polígono, y yacía en cada piedra un calor enorme, como si te estuvieran avisando de algo muy triste, abisal, como que alguien pierda la vida sin causa que lo justifique.

Ya entonces pasaban por mi cabeza múltiples ideas, como la de dejar la música en manos del destino y buscar trabajo. Dos opciones tuve, a cual más extraña; operador en una televisión local haciendo lo que no sabía, o diseñador web en una empresa, pensando lo que podría ser algún día una sociedad con independencia, lo que es hoy. Y así surgió Ruidoweb (dónde trabajo); de una desgracia y de la desgana de continuar con algo que no era más que una aventura, un atrevimiento, el grupo más punki, desordenado, caótico, divertido, gamberro e imprevisible en el que jamás estuve.

Theodore Graves no llevaba lista de canciones en directo, tocábamos por inercia. Jamás fue nada serio, ni algo que pudiera tomarse en serio, ni tampoco pretendía serlo; pues aunque era joven ya venía de vuelta de muchas cosas. La premisa era dejarse llevar, dejar ir, dejar pasar, y por eso será siempre una banda con el mejor de los recuerdos, era como deshacer haciendo. Y unas veces cantaba y otras gritaba: cuando emergen los impulsos más primarios aquello no hay quién pueda pararlo, y por eso tuvo cierto éxito, porque es más fácil conectar con el instinto que con la razón, con las pautas más básicas del ser humano que con su intelecto.

El día que murió Miguel Ángel Blanco no es que se parara el cosmos, ni siquiera un país, ni una ideología. El día que murió Miguel Angel Blanco debería estudiarse en todos los libros de texto acompañado de una extensa y amplia reflexión, con independencia de perdones, de cuestiones políticas, de púlpitos y tribunas/tribunales/tribunos particulares.

A veces la historia se deshace en la crónica, pero el recuerdo es siempre mas fuerte, y mientras exista la memoria se cantarán canciones y se escribirán versos con la palabra «lapislázuli».