Probablemente me hubiera gustado vivir en otra época, ahora mismo, en este preciso instante, si debo viajar en el tiempo y elegir una década prefiero la de los 70 (obviamente siglo XX); y si tocara escoger un siglo, sin dudarlo el XIX (eso sí, en cualquier caso, como pequeño burgués y bellamente acompañado de mi esposa), la razón o razones: Nietzsche, Freud y Marx (por ese orden).
No se pierdan «Genios del mundo moderno», fantástica miniserie de la BBC en RTVE.
En Viajes Astrales he tenido la suerte de comunicarme con personajes enormes de la cultura popular. Ya estuve en la grabación del mejor disco de Jazz de todos los tiempos, me emborraché con Marx en el Club de la Taberna de Tréveris, entrevisté de forma icónica al Divino David Bowie, y hasta me las tuve con Bukowski en episodios que la turba consideraría livianos, pero esplendorosos. Saltos temporales inimaginables para otros por el probable sinsentido…
En la década de 1860 Viena estaba a la cabeza del cambio social, era una ciudad cosmopolita. Cuando conocí a Sigmund ambos coincidíamos en el interés y motivación por el estudio de la Antigua Grecia y de la Vieja Roma, y nos sentíamos identificados con figuras de la historia como Moisés, Aníbal y Alejandro Magno. Si acaso, lo que nos diferenciaba era mi desaforada tendencia por el Antiguo Egipto, que Freud consideraba «demasiado esotérica».
Lo que convirtió a nuestro protagonista en personaje relevante y en un hombre de ciencia fueron dos cosas, el aburrimiento por el estudio de los peces (que por aquel entonces representaba lo más avanzado en la técnica de la neurociencia) y la cocaína que le proporcionaba en sus atardeceres rojos, se acostumbraron sus ojos, como el recodo al camino. Escribió, según dicen, que la tomaba en pequeñas cantidades para combatir la depresión y la mala digestión.
Bien lo supo su esposa y madre de seis hijos Martha Bernays, resulta curioso que Freud fuera un teórico del sexo hasta que se casó a los 29 años y que la hermana de Martha, Minna, fuera una de las compañeras intelectuales más destacadas que acompañaron a Freud. En realidad su pariente y correligionaria, y el que les escribe, fuimos los autores de las más de 1.600 cartas de amor que se escribieron, epístolas que podrían pasar a la historia de la literatura. Grotesco y simbólico es el mechón de vello púbico que supuestamente la entonces novia envió a nuestro héroe, pelaje que contribuye a una maravillosa historia de amor pero que, Excusatio non petita, accusatio manifesta, en realidad corresponde a determinada parte da la anatomía varonil de este humilde bloguero.
Un escritor al que nadie lee y un músico al que nadie escucha. Así me definió una vez, y por eso, en venganza, algún siglo después, expongo sus vergüenzas para pobreza y escarnio de la caterva de seguidores del psicoanálisis. Hoy sabemos, que sus teorías tienen poco de científico, pues sus estudios y experimentos se circunscriben a sí mismo, a su familia y a unas cuantas damas de la Alta Sociedad, por lo que su base empírica es, cuando menos, poco probable. Sin embargo, deben saberlo: está en el origen de la plaga más significativa de nuestro Siglo, la del yoyismo, el egocentrismo y la prevalencia y necesidad de la continua exposición pública. Lo que pareció una liberación del yo, ha terminado por convertirse en una enfermedad propia de la Soledad Común, hoy Freud hubiera sido el mayor de los jodidos influencers y se gastaría las perras en criptomonedas.
Pd: es conocida la animadversión de ciertos Filósofos por la Psicología, pero no es el caso y el texto no es más que una simple y pesada broma. Ya de por sí, tratar de explicar el comportamiento humano tiene su mérito. Como bien se dice, incluso después de su muerte, muchas de sus ideas ha contribuido a admitir con tolerancia, la diversidad y la diferencia entre las personas (algo que se echa mucho de menos en los tiempos que corren); la aportación relativa al interés del subconsciente como llamada de atención para la Ciencia y la reflexión de toda experiencia humana, han significado mucho; incluso desde el punto de vista literario, siendo un enorme narrador de historias, nos enseñó algo muy destacable: que de vez en cuando hay que sentarse en el diván para hablar «despacito» porque Sueños y Visiones son la misma cosa.