¿Cómo saber si eres un hikikomori-musical?

…En Japón medio millón de personas viven como ermitaños modernos. Se les conoce como: «hikikomori«: solitarios que se retiran de todo contacto social y, a menudo, no abandonan su casa en años.

En bbc.com

Pues hombre, he tenido últimamente agradables encuentros y desencuentros, y yo doy más valor a los segundos que a los primeros, porque, seguramente, algo de culpa debe tener el que les habla. Lo cierto es que el otro día me las tuve con «El Borrasca», un tipo que puede resultar amigo tuyo y al día siguiente revolcarte por el fango; luego se incorporó «El Guadiana», una colega que va y viene sin saber nunca adónde, pero debe estar disponible, porque ya lo decía la Abuela María, el que va y viene, vida tiene. La cuestión es que la cosa se calentó, y empezamos a hablar de otros músicos, y claro, salió el deporte favorito de todo buen español: la envidia. Y así lo cuento, bueno un extracto. Demasiado lúpulo y falta de seso, eso.

YO: En mi pueblo (ya lo he contado, Alozaina) había un chico que venía matando a todo el que se encontraba, por ejemplo, si pasaba el Alcalde, canturreaba «sa muerto el alcalde, sa muerto el alcalde»; si pasaba Doña Mariquita Enriqueta, con su bolsa de la compra… «sa muerto Mariquita Enriqueta…» y así iba fusilando a todo transeúnte que se dignara tener un nombre científico.

ÉL / El Borrasca: La certeza de la muerte rodea a todo músico, en realidad a todo ser humano, pero muchas veces no puedo evitar acordarme de aquél chico que iba «suicidando» a todo quisqui; y precisamente si lo hago, es por lo cainita de la escena malaguita, que ha sido siempre su Talón de Aquiles frente a ciudades como Granada, que tienen una auténtica infraestructura musical y el compañerismo no es un brindis al sol sino una realidad.

ELLA / El Guadiana: Aquí hemos estado «sectorizados», están los de siempre, con sus Lobbies, tiesos como una mojama, ni comen ni dejan comer pero joden a todo el mundo; están los amigos de la política, que encuentran hueco en determinados escenarios, las tragaderas son anchas, como Castilla; tenemos a los que se peen y salen en Diario Sur, aunque lo que compongan sea de escasa calidad; tenemos a los redundantes, 40 años con la misma canción, nunca tocan en el mismo sitio pues por donde pasan nunca crece la hierba; tenemos a los rollo «Marujita Díaz», no se sabe bien para dónde están mirando pero cuecen habas y da una risa…

ELLE/ELLO / un@ que pasaba por allí y se unió a la fiesta, lo típico: La música de ahora es una mierda, sólo hay grupos de versiones, en los 80 eso era un desprestigio, bueno eso, y tener en la banda a un tío con barbas. La peña es inculta, cuatro paletos van a los conciertos a pagar el balonvolea de bandas que nunca llegaron a ver en vivo, y suena todo a «Mi limón mi limonero».

Yo, de verdad, a la quinta cerveza estaba que no podía, y en mi afán de restar protagonismo a la bilis y aportar un cuestión más técnica, saqué a relucir la alta calidad interpretativa de muchos de nuestros músicos, que en realidad son amigos, aunque sea de lo ajeno. Les expuse de forma mesurada, que tiene que haber tantas formas de vivir la vida como músicos, que no somos ajenos a la realidad social redundante, uséase inverosímil. La cuestión es, que como no se me entendía, quedamos para otro día para dormir la siesta, y esta vez mejor hablar del Tractatus Logico-philosophicus; al tener yo un amigo que lo había leído a los 14 años, conseguí que la cosa se apaciguara, firmamos la paz con varios Hip Hip y repartimos los capítulos. Pero me sentí terriblemente herido cuando alguien, de repente, no sabría quién, preguntó: ¿acaso sabes tú si eres un hikikomori-musical?

¿Y si todo es una ilusión y nada existe en realidad?
En ese caso definitivamente pagué de más por mi tapete.

Woody Allen, en Sleeper, 1973