Hace poco un amigo enlazaba un vídeo del filósofo Antonio Escohotado en el que advertía que lo que nos falta en España es educación. Por las imágenes vertidas en las redes sociales y en los medios de comunicación, y por la experiencia personal vivida en estos días de confinamiento (en los que, como otros muchos, me he visto obligado a salir a la calle a menudo, como consecuencia del trabajo) no sólo se reafirma tal cuestión sino que podría decirse que nos faltan muchas otras cosas, la lista es larga y el tiempo escaso.
Ya se referían los griegos a la verdad como «aletheia» como aquello que «no está oculto» «que es evidente». Los romanos, sin embargo, hablaban de «veritas» como algo más ligado a la realidad, como una «consecuencia de otra cosa». Ambas cuestiones pueden derivar en teorías sobre la «correspondencia» o sobre la «coherencia». A la falta de educación habría que sumar entonces la ausencia de «verdad», el exceso de opinión y múltiples axiomas mentales e ideológicos que nos convierten en seres dogmáticos por conjunción de ideas o por corresponderse más afín con nuestros intereses particulares. El concepto griego de verdad obedece a una cuestión teórica, mientras que en el concepto romano prevalece una cuestión de carácter más práctico.
Y en esta manía mía sobre las redes sociales quería explicarme, porque me cuesta entender algunas cosas que leo, pero me esfuerzo. Pensar en la verdad como consecuencia de algo es obedecer a esquemas mentales a veces muy simples «si veo una bandera de España es un fascista», «si el tipo es de izquierdas entonces es un derrochador de las arcas públicas», «todos los gobernantes nos engañan», «todos los votantes de esto o de lo otro son de esta u otra manera». Y en esa generalización permanezco como un surtidor bobo, apático. Me aburro.
Y encuentras entonces que hacemos de nuestras opiniones como aquél que hacía de su capa un sayo. Ya no digo que podamos llegar a creemos nuestras propias mentiras, sino que podemos volvernos intransigentes cuando nuestras ideas dominan desde nuestra experiencia todo el ámbito de lo que es verdad frente a lo que es opinable. La política es opinable, pero que la gente coma todos los días es una cuestión/necesidad irrefutable.
Un amigo muy querido, me comentó una vez que «era de izquierdas hasta la muerte»; siendo una de las personas más inteligentes que conozco te preguntas qué mecanismo nos impulsa a cambiar opiniones y creencias por verdades absolutas y sobretodo inmutables estableciendo principios invariables. La opinión te lleva siempre por el mismo camino y la verdad (o su búsqueda continuada) puede hacerte cruzar muchos; como aquella expresión de los principios atribuida a Groucho Marx «…estos son mis principios. Si no le gustan… tengo otros”. Podemos cambiar y rectificar, el cambio a veces puede significar progreso. Tal vez podemos y debemos cambiar tantas veces como sea necesario porque al igual que no te bañas dos veces en un mismo río, jamás vas a poder ver las cosas desde distinto ángulo si no haces un esfuerzo. La perspectiva también se aprende.
Todos los que opinan sentando cátedra, incluso con arrogancia y superioridad moral. Aquellos que piensan que lo suyo es una verdad innegable me recuerdan a los que ven meras sombras en el Mito de la Caverna de Platón. Y para los tiempos que corren nos hacen falta mejores miras, porque si después de todo no hemos aprendido nada, y seguimos en nuestros esquemas de izquierda o derecha, rojo o facha, amigo o enemigo (por creencias, dogmas o meras opiniones), pues entonces nos va a hacer falta otro tipo de «meneo» que no sé cuál es.
Si es cierto que la verdad nos hará libres vamos a buscarla entre todos, o a desvelarla un poquito. A lo mejor la verdad es una cuestión espiritual y/o no científica, y la opinión es como el río que nos lleva sin saber dónde, el viaje a ninguna parte. La opinión es esa máscara que tenemos todos que nos impide avanzar. Abrazos sinceros.
Pd: Foto de javier gonzalez en Pexels