Mile Davis – King of Blue

En Marzo de 1959 yo vivía en el distrito de Columbia, cerca de la Calle 30. Wynton Kelly (pianista que tuvo la suerte de participar en el que sería el mejor álbum de la historia del Jazz) era mi vecino, y yo trabajaba de meritorio en el estudio de grabación de la Columbia Records. Al menos durante una semana, en el rellano de un vetusto edificio en el que compartíamos habitación, no paró de hablarme sobre lo que le hacían falta los 100 dólares de la grabación. Mi papel no iba más allá de acompañar de charla los cafés, ayudar a recoger (con sumo cuidado) los instrumentos, y la carga y descarga de enseres, utensilios, cigarrillos y botellas.

El humo de las noches largas se acompañaba de sesiones cortas pero intensas. Miles no era sólo un trompetista, las notas flotaban sobre su cabeza, y podías verlas desdoblándose; tenía tantas personalidades que se diría que cada vez que tocaba se reencarnaba en una y mil almas. Dicen que en el ambiente reinaba algo de tristeza, que en esa época los músicos peleaban contra la incomprensión, las adicciones y, en este caso, el racismo. Yo no vi tal cosa, absorto en cadenas de notas que escondían la habilidad para consumir determinadas sustancias.

Miles Davis (Trompeta), John Coltrane (Saxo tenor), Cannonball Adderley (Saxo alto), Bill Evans (Piano, hay un tema en el que toca Wynton Kelly), Paul Chambers (Bajo) y Jimmy Cobb (Batería). Todos ellos grabaron ‘King of Blue’, un trabajo que está considerado como referente del jazz modal.

Jamás escuché a Kelly hablar de Post-Bob o de Hard-Bop y mucho menos acerca de la música modal, él simplemente tocaba. Cuando el sonido de la sordina de acero de Miles se pronunciaba, daba igual que usted estuviera un bar de mala muerte, de gira por cualquier ciudad, y poco menos importaba el repertorio. Sepan que las composiciones eran totalmente originales, y que los músicos no sólo desconocían las notas, sino que no había mediado ensayo previo alguno. Durante la sesión se improvisó sobre una serie de escalas, en vez de hacerlo sobre acordes y armonías (que era lo más habitual).

No fue la única vez que entré en un estudio de grabación, pero sí la primera y última en la que tuve la suerte de ver pasar la historia, más bien la intrahistoria de uno de los discos de Jazz más sorprendentes de todos los tiempos. Ese día aprendí que la vida está para usarla, no para llevarla puesta.