Sé de buena tinta que las cosas bonitas no se dan nunca en Diciembre, es un mes que particularmente manifiesta una falta de cordura por momentos intolerable. Es insostenible que andemos golpeando la pared y creando muros todo el año sin hacer propósito de enmienda, y cuando llega la Navidad, todos son buenos deseos: guarde usted sus mejores intenciones y sus bellas acciones para el día a día.
Y es que este mes, resulta para mí cada vez, a medida que el tiempo pasa, más incómodo e insustancial, como si quisiera despertarme entrado más bien Enero. Al letargo del surtidor apático de los que viven en modo Peter Pan, se suceden leñeros del wiski y avisadores de Facebook, con sus preludios y su falta de coherencia.
Más viejos que la tuna, el reflejo automático del dolor y del sufrimiento, «no es pa tanto»: el anonimato como una de las bellas artes, la ausencia como parte fundamental de la vida humana, conforman la necesidad imperiosa de pasar desapercibido: trabajo más que nunca, compongo más que nunca… sin embargo no tengo la necesidad de exponerme, ni deseo mostrar / ahora mismo / lo que hago o dejo de hacer, porque siento que me importa una mierda lo que opines, si te gusta o no, o si esta canción tiene mucha o poca reverb.
Y sí, hay tontos que se ajustan a ese desapego, deben saber que más bien al contrario, me importa mucho el trabajo, la música, el Amor y el Arte, porque únicamente se aprende siendo humilde y reconociendo que el golpe más bajo no lo da el enemigo, sino muchas veces, la propia sangre; me siento incondicional y acólito atrapado por la belleza y la necesidad de no resultar útil para nadie. Mi apuesta para 2024 es dejar de ser el tonto reutilizable, todo es proponérselo. Feliz Entrada de Año.