Cuando estudiaba Filosofía en la Facultad de Málaga un amigo y yo teníamos un ‘chascarrillo’. Gustábamos de salir, a tomar algún vino, acompañado para comer de cualquier cosa que tuviera ‘salsa rosa‘. A esa edad uno tiene tendencia a hacerse el ‘encontradizo’ y yo, cada vez que me topaba con alguien le ‘expoleaba’: <<¿estás más gordo no?>>. No hace falta decir que el estupor inicial se acompañaba de una buena dosis de risas entre todos los presentes, tan reponedoras que aún puedo acordarme como si fuera ayer.
Y si cuento esto es porque no tengo claro que esta ‘broma’ o más bien juego, del que todos participábamos (‘yo‘ y mis drugos, por ese orden) tenga ahora mismo gracia alguna. Jamás en la vida me importó el estado físico de ninguna persona, y creo que en esto puedo hablar por los que me rodeaban, su condición sexual, sus afiliaciones políticas, ni religiosas.
Me pasa ahora, y empiezo a preocuparme, que siento una desconexión tremenda de cierta realidad social. Se me hacen difíciles de entender la política, el lenguaje, internet, las noticias, y hasta el humor, es decir, casi todo lo que me rodea menos la música. Soy de los que piensa que nuestra generación guarda una distancia muy corta de nuestros padres (aunque cuando eres joven piensas lo contrario), respecto de la que puede medirse tomando en cuenta la condición, estructura y afiliación social de las nuevas generaciones.
Hablaba ayer con un amigo, respecto del lenguaje inclusivo, y argumentaba que no lo entendía muy bien, y que desde el punto de vista literario, y/o poético, me parecía un horror. Pero lo cierto es que la realidad está ahí, que hay ciertas necesidades, que el lenguaje evoluciona, y además se da la circunstancia de que si un problema no lo ves no significa necesariamente que no exista.
La primera vez que fui a la Facultad, en primero de carrera, llevaba el pelo muy largo, estaba de espaldas, no había nadie más que yo en la clase, vaqueros, chupa, botas… entonces llegó un profesor ya entrado en edad y me dijo, <<¿disculpa chica, estás sola? ¿No ha venido nadie más hoy?>> Y cuando me volví me di perfecta cuenta que el tipo en cuestión no se enteraba de lo que yo era, evidentemente lo que veía no contenía todo lo que soy, y nunca le di mayor importancia.
El caso es, de verdad, que el que está más gordo soy yo, que no me entero de nada. Por ejemplo, soy absolutamente incapaz de reírme con nada de Broncano, o me aburro enormemente con el programa de radio ‘La Vida Moderna’, no entiendo muy bien el humor basado únicamente en el sexo, en el dinero, y en la continua exposición de uno mismo. No lo pillo, y claro, soy una persona autocrítica y tiendo a pensar que el problema lo tengo yo.
Pero a partir de hoy voy a proponer algo, deseo convertirme en objeto de estudio como Alexander DeLarge. Me parece una bonita forma de rendir tributo a esta sociedad que tanto me ha dado. Por favor ilústrenme con sus visiones y argumentos. A lo mejor estoy un poco ‘gagá’ pero a mí esta sociedad me recuerda mucho a una corriente psicológica: el conductismo. Parece que se espera de nosotros una reacción del tipo estímulo-respuesta, lo de menos es la libertad pues lo único que importa es la resolución de una respuesta apropiada para todas las cosas, y todo aquél que se salga del redil o es un fascista o es un rojo radical. Y ya digo, pertenezco a la generación de los ‘radicales libres‘, de los librepensadores, me han venido gustando todos aquellos que han ido a contracorriente, el underground, la contracultura, los Hippies, el Mayo del 68, el Punk, Carver y Shepard, Bukowsky, Onetti, Italo Calvino, Cioran…
Después de pasar por la técnica Ludovico, Alex (protagonista de ‘La Naranja Mecánica‘) no es más libre, ya que eso implicaría obtener muchas más opciones para poder elegir de qué manera se puede ser feliz. Las sustancias utilizadas para acompañar el tratamiento, igual que ahora, actúan sobre el individuo y lo marcan para acotar unas limitaciones: la televisión e internet. Vayámonos todos al campo en una apuesta por el retorno del hombre natural. Estoy más gordo ¿qué hago? Será por mi gran capacidad para engullir el tiesto.