Cortocircuito, la Salud Mental como una de las Bellas Artes: la Sociedad de consumo de la des-información, el Divorcio que viene.

Hace ya algunos años, puede decirse, tuve una crisis debida a la autoexigencia surgida por la necesidad infligida de estar siempre y en todo momento, «bien» informado. Llegó un punto en el que, el ansia por saber, podía más que la propia obligación de mi trabajo. Esa exigencia era alta, pero no tanto como para justificar mi adicción por las Noticias Tecnológicas, hasta el punto que debí ser, durante un tiempo, el tipo más informado del mundo, a la par que el más infeliz.

Afortunadamente pude corregir este cortocircuito a tiempo, y desde ese momento pasar perfectamente a ser una «persona menos informada», dedicando mi tiempo a la auto-formación en lugar de a la información, que no son la misma cosa.

La Desconexión Digital, el divorcio que viene de las Nuevas Tecnologías, está en el origen de próximas generaciones, que sabrán dar mejor uso a la cantidad ingente de testimonios, indagaciones y noticias la mayor parte de ellas insulsas e irrelevantes, en un ejercicio único y vacío de entretenimiento, en un escenario de continua exposición, que es contrario a lo más íntimo del ser humano: su privacidad. Si la cara es el espejo del alma, la pantalla puede ser el reflejo de lo que me gusta llamar: la soledad común más absoluta.

Hoy en día es fácil, incluso habitual, que personas muy jóvenes se sientan completamente enganchadas a una cierta parte de esas Nuevas Tecnologías. El acopio de energía necesario para pasar tu vida conectado a una Red, el apremio por la supuesta urgencia de tomar prestado un «trozito» de tu tiempo, «ese vaciamiento constante del yo». Álvaro Pombo, afirma lo siguiente en una reciente entrevista a propósito del libro «La Ficción Suprema«:

P. Al final del libro, afirma que le horrorizan las redes, los tuits y los emails. ¿Por qué?
R. Antes me horrorizaban, pero ya no, sólo vivo al margen porque sigo prefiriendo charlar con unos pocos, contados, estupendos amigos, en conversaciones espontáneas, brillantes y bienhumoradas casi siempre, pero sin sobreexposiciones gratuitas. No me interesa ese vaciamiento constante del yo. Ahora la gente lo cuenta todo, lo muestra todo, se sobreexpone gratuitamente, y yo no necesito enseñarlo todo, muy al contrario, necesito que mi vida privada sea como un iceberg, que solo muestre una décima parte de mis pensamientos, de mis sentimientos, de mi ser, mientras lo esencial sigue escondido, lejos de la vista de los demás.

También yo siento la necesidad de esconder una parte de mis pensamientos, y por ende, de mis sentimientos, a la par que soy capaz de gozar de mi aislamiento, porque cuando la soledad es buscada para conocerte a ti mismo, no hay Red Social que valga un pimiento, ni historia alguna que interese. Por eso, ciertamente, haber dejado las Redes es uno de las vivencias más interesantes de los últimos tiempos, sirve por ejemplo, para comprobar cuáles son tus amigos, y para llenar ese espacio de tiempo de hondonadas de creatividad, Y no es que no me importe el mundo, es que no me interesa lo que le importa al mundo. Y no es que no quiera saber de ti (nadie en concreto), es que no me importa lo que digas ni lo que hagas, siempre y cuando dejes un hueco para charlar cara a cara cinco minutos, aunque sea por teléfono, quedar para tomar una cerveza, hablar de ese libro, de aquella película, sobre música o acerca de cualquier estupidez intrascendente que se nos ocurra.

A esta forma de ver el mundo el autor estadounidense Cal Newport la ha llamado, con total acierto «Céntrate«. Este señor, profesor de ciencia computacional en la Universidad de Georgetown, no reniega de la tecnología, pero entiende que hay que alejarse de determinadas distracciones que únicamente provocan dispersión, por eso cada vez más hay una enorme cantidad de personas a las que les cuesta tanto concentrarse. Por eso algunos toman las Redes Sociales como una representación del mundo.

Pienso que las conversaciones en las redes no ofrecen una muestra representativa de cómo se siente la sociedad. Lo que tenemos son posturas extremas, tribales y raras que se imponen con fuerza, y comunidades molestas que luchan con increíble vehemencia. No representan cómo se siente la gente corriente, aunque ejercen una enorme influencia en la política y en los medios de comunicación. Es como un espejo distorsionado: el mundo que se refleja en las redes no es una representación precisa del mundo real, pero la gente en el poder hace como si lo fuera.

Tomado de una entrevista en El País

Estoy completamente seguro del daño que causan las Nuevas Tecnologías a determinadas personas, a ciertos colectivos más o menos vulnerables. Comparto que la ansiedad propia de nuestro tiempo tiene mucho que vez con la incapacidad para asimilar tal volumen de información, porque pasamos más tiempo buscando que encontrando, fisgando que sintiendo; nuestro legado debería ser profundizar en el conócete a ti mismo, precisamente para ser mejor con los demás gracias a nuestro pensamiento y capacidad de autocontrol. Nuestro presente es, sin embargo, una demostración impune de supuestas cualidades, una eterna exposición de «vacíos», de seres extraordinarios que únicamente se encuentran en lo Virtual, cuando lo plausible sería más bien lo contrario, pues no existe nada más Real que un beso, dormir un atardecer, cogerte de la mano, decir Te Quiero Princesa, escribir poesía en un viejo cuaderno, desempolvar aquellos libros, cambiar de cuerdas una guitarra, componer canciones para cinco amigos, cualquier cosa menos pasear juntos por el jodido Metaverso. Por todo ello declaro ahora mismo la Salud Mental como una de las Bellas Artes.