(Absténganse de compartir estas consideraciones que pertenecen al ámbito privado de una charla entre dos viejos amigos, Robert y yo)
Hace unos días comentaba Robert: me va a costar subirme a un escenario para volver a tocar, lo sé, porque mientras más música escucho más vergüenza siento por lo que hago, y menos respeto tengo por el que lo hace sin pensar. Y mira que he puesto empeño durante toda mi vida en no ponerme colorado cuando interpreto alguna de mis canciones, o de otros. Por eso en mis actuaciones permanezco sentado, prefiero siempre un segundo plano y centrarme en la música.
Yo: le dije: si pudiera haber elegido una época para estos asuntos musicales, y puede incluso que una banda, me hubiera encantado vivir la década de los 70 en su esplendor, y tocar en King Crimson, que es un grupo que no puedo dejar de escuchar una y otra vez, sobre todo en sus inicios. Si hay algo que soy, es un ser contradictorio, puedo estimar una idea y mañana la contraria, pero en esto, ese pensamiento estrábico se impone hasta el punto de poderse hablar de una auténtica bipolaridad musical, de una educación sentimental.
Robert: De todos los lagos a los que he llegado a imponerme, el «nado» más amargo ha sido sin duda la etapa de engordar con la estrella de la suerte. Cruzar de un sitio a otro sin ahogarme, ha sido como plantar cara a tus admiradores en la calle, o tirar el vaso adrede en aquél sitio, irreverente.
Yo: hace unos días me presentaron a alguien, en un contexto de lúpulo y obscuridad todos los músicos son Santos, y sus barrigas no cuelgan como las cigarras no cantan, ni las nubes se levantan, del polvo, de estos lodos. Me vi en un chascarrillo sin gusto, y es que encontrar a un batería que no venga de serie con la «pedrá» completa resulta cada día más difícil.
Robert: tocar con alguien puede convertirse en una pesada broma, he estudiado mucho la forma de no hacerlo, y ahora aprecio mi tiempo más que nunca, no porque esté mayor, sino porque más que lo que haces importa cómo lo haces.
Yo: Ahora entiendo, querido Robert, que Easy Money no es sólo una canción sobre soledad y sobre zapatillas tipo mocasín, y lo importante que es no dejarse llevar por el dinero, ni por nada que anteceda a la expresión «fácil».
Si Robert Fripp reflexiona con reparo y recelo sobre sus formas armónicas, que son parte de la historia de la música popular, ni te digo lo que cuenta la bazofia circundante, ni las dudas que se generan cuando me siento a tocar la guitarra y las únicas notas emergen desde pantanos y ríos pocos caudalosos. Y a pesar de todo dejemos la falsa modestia para parecer insensatos, pongamos una vez más nuestro corazón de hielo al servicio de los incautos. Encendamos una vela por cada día del periodo de Adviento que antecede a la segura tragedia de volver a verme tocando en vivo. Unos se arruinan por el pecado, y otros por la virtud, la de no hacerlo. Perdonen pues por la disculpa que antecede a la guerra de los dientes de dragón y sujeta la puerta <<Plótide>>. Dejen paso por piedad, a los mercaderes: el mismo diablo citará las sagradas escrituras si viene bien a su propósito.