Un pasillo largo y estrecho conducía mis piernas entre los baldosines, pisando de uno en uno, adaptaba el pie según la forma. Imaginaba que andaba por el filo de una montaña, sobre las líneas del suelo, resoplaba la boca un viento ficticio, tornando mis brazos como alas que guardaban equilibrio, cuál Ave Fénix.
Pasaba mi hermano empujando, yendo por otra vereda en busca de no sé qué cosa, sin respetar mi equilibrio, y creía entonces (en un simple pasillo) estar cerca de la muerte.
No me había rendido aún sobre la taza del <<waterclosed>> cuando surgían aquellos seres diminutos, bosquejos “gulliverianos”: los HOMBRENANOS. Una vez poseedor de un cosmos alzaba la tapa, y mi cuerpo ocupaba un espacio.
Sobre duendes y enanos ya no sé mucho, peinan canas, vive Dios vive seguro en algún sitio. Pero jamás olvidaré los viajes de niño al cuarto de baño.