David Gilmour – The Piper’s Call: la sutil diferencia entre personaje y personalidad

Fan tardío de Pink Floyd, a pesar de que The Piper at the Gates of Dawn fue siempre unos discos favoritos, incluso cuando no llamaban demasiado mi atención, encuentro adorable este tema.

En unos tiempos de supina mierda de versiones, y ausencia de música de autor en directo en determinados circuitos, que no sea Mainstream, David Gilmour a pesar de su «ancianidad» (únicamente relativa a la edad física), representa un soplo de aire fresco, una aportación de calidad demostrativa de que la edad no es importante para hacer la música que quieres de forma tan digna.

Ya sé que con estas afirmaciones juego en casa, y que este hombre puede permitirse ciertas licencias inaccesibles para el común de los mortales. Pero precisamente por eso, y porque podría quedarse en su castillo tocando la flauta, o rememorar una y otra vez éxitos pasados, o lo que es peor, recrear la notareidad de unos cuantos con vídeos de gif animados en «tok tok», justamente por todo esto voy directo a lo que simboliza, honorabilidad y pundonor, gestos sobre los que una persona puede sentirse orgulloso.

No quisiera, porque está en el ambiente, dejar de señalar la estupenda letra de la canción. No hace mucho tiempo pudimos leer una noticia acerca de un estudio científico que demuestra que las letras de las canciones pop son cada vez más tontas. Pienso que lo que son tontas no son las canciones, sino nosotros, la música que no requiere ningún esfuerzo intelectual es un mero entretenimiento, los que pensamos que es otra cosa, estamos convencidos de su aportación a la cultura popular y que desde luego ambas son compatibles y que hasta pueden ser complementarias.

Ambos dos, cuando se trata de extremos, son igualmente malos. El snobismo de algunos que parece cagan oro porque editan discos que consideran muy propios, es tan dañino como el universo de batatos que ejecutan una y otra vez las mismas canciones que toca todo el mundo (me estoy acordando ahora mismo de la figura del «roba-pollos» personaje muy conocido en cierto ambiente, que se dedica a copiar las canciones que funcionan a otros para tocarlas con su gris orquesta de pachanga en directo). No creo que haya algo peor que copiar al que copia, resulta tan cómico !!!

Uno puede convertirse en un músico bufón, socarrón y festivo, o tratar de hacer otra cosa, incluso sobrevivir de otra manera, porque a medida que cumples años cuesta más esfuerzo recuperar la dignidad perdida, no digamos el tiempo. Aunque hay quien gusta de representar ese papel.

Así que en el intento de ser original incluso cuando copias, no se me ocurre mejor cosa que hacer versiones de uno mismo. Por eso cuando escribo esto lo hago desde la conciencia de que David Gilmour no se parodia a sí mismo (como hacen otros) sino que nos presenta la mejor interpretación que puede distinguir a un músico, la de no dejar de ser nunca uno mismo, es decir, no convertirse en un <<personaje>> sino en una personalidad.