The The era en los ochenta básicamente un grupo de teclados, eso si no llegaste a ver sus directos. Había mucho cachondeo en casa, la» juventud» se mofaba de mi pinta, de la pose y de los grupos que me gustaban (por su nombre).
Puedo afirmar sin pudor que sigo escuchando sus discos, y descubrir esto, en directo, es una delicatessen no precisamente para pijos de etiqueta y su élite de pachanga, sino para aquellos que saben regar el cerebro más allá de la ironía y el sarcasmo, para los que tienen el buen gusto de sentir la música como una forma de arte.
Agur a los gilipollas. Al albur de los cínicos, me lo disfruten.